martes, 25 de febrero de 2014

Al encuentro con la Palabra


VII Domingo Ordinario (Mt 5, 38-48)
“Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen”

Continuamos con el Sermón de la Montaña. Este domingo terminamos la sección que tiene que ver con el sentido profundo de la Ley que se desarrolla en base a “antítesis” : “Sabéis que se dijo a los antiguos… pero yo os digo” Puede ser útil  recordar el texto del domingo pasado; el de hoy es continuación del de hace ocho días. Son las dos últimas antítesis con las que termina esta sección.

No olvidar también los dos versículos que nos dan la clave de interpretación de toda esta parte del Sermón de la Montaña que también leíamos el domingo pasado: “No crean que he venido a abolirlos, sino a darles plenitud” y “Les aseguro que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán en el Reino de los Cielos”

Hoy se nos habla sobre la venganza. “Han oído que se dijo Ojo por ojo y diente por diente”. Es la famosa Ley del Talión, referencia normativa no únicamente para el pueblo de Israel, sino para todos los pueblos del antiguo Oriente. Con ella se quiere resarcir el equilibrio conforme al bien lesionado. Pero en la práctica no se restablece ningún equilibrio, sino que se entra en una espiral de violencia que no tiene fin. Violencia que, por otro lado, “deshumaniza” y nos va introduciendo en un dinamismo de “animalización”, lo que priva es el instinto, no la razón.

Por eso Jesús nos propone entrar en un dinamismo totalmente opuesto. Los versículos que van del 39 al 42, más que tomarlos en su sentido literal, que podrían entenderse en tomar una actitud totalmente pasiva, hay que entenderlos en lo que quieren significar: no respondas al mal con mal, sino responde al mal con bien, que no tiene nada de pasividad.

La última “antítesis” se refiere al amor a los enemigos: “Habéis oído que se dijo: ama a tus amigos y odia a tus enemigos”, Yo, en cambio les digo: amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian”. Para ser mejores que los escribas y fariseos es necesario extender el amor al prójimo, incluso a los enemigos. Este es el modo más auténtico de imitar a Dios, su santidad y su perfección. Estamos en el corazón del Evangelio. No hay excusas que valgan, en el corazón del discípulo, en la médula de las bienaventuranzas, el amor y la oración por los enemigos, por los que nos han hecho mal, es la primera respuesta para crear nuevas relaciones con quien se muestra hostil.

Jesús por tanto, no niega que los enemigos sean enemigos; pero recuerda que además son hermanos, son hijos del mismo Padre, igual que tú y yo. No se trata de negar la realidad, de lo que se trata es de recordar que aquella persona que es enemiga también es hija del Padre del cielo. Eso hace que la posición de uno, cambie ante el otro. De lo que se trata es de entrar en la “nueva ética” del Reino. Y la razón última del evangelio del domingo pasado y de este: “Para que sean hijos del Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos. Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”. Somos llamados a asemejarnos a ese Padre que ama sin medida y sin distinción de personas.

La fuerza transformadora del Evangelio de hoy la hemos constatado en las personas de un pasado reciente como Mandela, que fue capaz de romper en Sudáfrica la inhumana segregación racial; de Martin Luther King, el gran defensor de los derechos humanos de los negros en Estados Unidos; de Gandhi que fue capaz de romper el dominio del Imperio Británico en la India y darle su independencia. Todos ellos renunciando a responder a la violencia con violencia, pero creyendo y viviendo en la fuerza transformadora del amor y del bien. Ellos fueron los creadores de lo que hoy se llama “resistencia pacífica”

Quisiera terminar la reflexión del Evangelio de hoy con el pasaje donde Jesús nos dice “Porque si Ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿no hacen eso mismo los publicanos? Y si saludan solo a sus hermanos ¿qué hacen de extraordinario? ¿no hacen eso mismo los paganos?. Jesús nos está diciendo que sus discípulos estamos llamados a dar “un plus” es decir “más” en la práctica del amor. No podemos quedarnos en el “mínimo” en el cumplimiento de la Ley.

Al encuentro con la Palabra


VI Domingo Ordinario (Mt 5, 17-37)
“No he venido a abolir la Ley y los Profetas; sino a darles plenitud”

Seguimos en el Sermón de la Montaña. Lo retomamos donde lo habíamos dejado el domingo pasado. Son las Bienaventuranzas las que iluminan el texto de hoy.

Hay dos versículos que nos dan la clave de interpretación del texto de este domingo y el siguiente. El primero es el versículo 17: “No crean que he venido a abolir la Ley y los Profetas; sino a darles plenitud”.

En más de una ocasión se acusa a Jesús y sus discípulos de no cumplir con la ley. Aquí el Señor responde con claridad que Él no ha venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a llevarlos a plenitud, hasta sus últimas consecuencias. Lejos pues de desautorizar la Escritura, Jesús la valora insistentemente y nos lleva a su sentido más profundo. El otro versículo que es clave es el v20 “Les aseguro  que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos”

La palabra “justicia”, en la Escritura, no tiene el significado que le damos en nuestra cultura: dar a cada quien lo que corresponde. El hombre “justo” en la Sagrada Escritura, es el hombre que está en comunión con Dios y cumple su voluntad. Ser justo quiere decir cumplir fielmente la voluntad de Dios. Pero no basta con cumplirla en la letra, quedamos en la exterioridad de la ley. Sino superamos el cumplimiento meramente externo de la ley, no hemos entendido su sentido profundo, no hemos entrado en la dinámica del Reino, y por lo mismo, no cumplimos la voluntad del Padre. No hemos superado la “justicia” de los escribas y fariseos.

Anunciado este planteamiento, el Sermón de la Montaña plantea seis ejemplos a manera de antítesis; en ellos Jesús contrapone algunas sentencias significativas de la Ley de Moisés con normas de actuación. De este modo pretende ayudarnos a descubrir cuál es el contenido de fondo de la Ley.

La primera antítesis se refiere a “no matar”, presente en el decálogo y reinterpretado por Jesús, hay también otras maneras de matar; también la ira, el insulto, el desprecio, manifiestan un conflicto y un juicio que amenazan y trastornan la vida de la comunidad. Y todavía más, la autenticidad del culto se verificará según la capacidad de vivir reconciliados.

El adulterio también es sometido a consideración: la unión con la mujer de otro hombre, incluso antes de quebrantar el derecho del marido, tiene su raíz en el corazón, sede de los sentimiento profundos y de la personalidad moral del individuo. Por eso, quien “desea” en el sentido del verbo hebreo correspondiente, quiere adueñarse con violencia de algo que no le pertenece, ya cometió adulterio en su corazón.

Lo que viene después de “arrancarse el ojo” o “la mano”, por supuesto que no hay que entenderlo literalmente. El “ojo”  y la “mano” son el símbolo del deseo y la acción correspondiente; es decir, lo que hay que cortar es todo aquello que te lleva al pecado.

El tercer ejemplo que el Señor pone es sobre el divorcio y nos remite al texto de Dt 24, 1). Se trata del derecho que tenía el marido de repudiar a una mujer, es decir, de despedirla a su casa y oficializar el divorcio. En cambio, según la ley de Moisés, la mujer no tiene derecho a divorciarse de su marido. Jesús quiere ir a la raíz, no se contenta con resolver las cuestiones importantes de la vida por la vía legal, sino que antepone a todo la importancia del hecho y no deja de recordar las responsabilidades de los hombres, no tan contempladas en la Ley como las de las mujeres. Además, en otro texto (Mt 19, 1-9), Jesús remite al proyecto original de Dios.

La última antítesis hace referencia a los juramentos que pretenden implicar a Dios en nuestras afirmaciones. Pueden convertirse en una manipulación de Dios, cosa que los hombres han hecho y hacen a menudo. La exclusión de cualquier tipo de juramento, pretende desenmascarar la costumbre de abusar de la autoridad de Dios, y es una llamada a la verdad y a la sinceridad y un rechazo de cualquier forma de hipocresía.

¿Qué hay en el fondo del Evangelio de hoy? Jesús nos invita a entrar en el sentido profundo de la Ley; a no quedarnos en el cumplimiento externo y superficialidad. Para entrar en el Reino de los cielos, el Señor nos pide una justicia (cumplimiento de la voluntad de Dios) superior a la observancia mecánica y desencarnada; solicita una adhesión capaz de interiorizar la norma  y manifestar las verdaderas intenciones del corazón.

La nueva justicia no se volverá a medir más en términos “cuantitativos”, como observancia externa de unos preceptos; será valorada en virtud de la adhesión del corazón a las exigencias del Reino: el amor, el respeto, la libertad, la verdad....

Al encuentro con la Palabra


V Domingo Ordinario (Mt 5, 13-16)
“Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no caminará en tinieblas”

El Evangelio de hoy es parte del Sermón de la Montaña o Sermón de las Bienaventuranzas que el Evangelio de Mateo abarca del c 5-7, y empieza con las Bienaventuranzas en las que Jesús  traza los caminos que conducen a la verdadera felicidad y va describiendo el espíritu que debe animar a sus verdaderos seguidores; las pautas que deben guiar el comportamiento cristiano.

El texto de la Bienaventuranzas debíamos haberlo leído el domingo pasado; pero como coincidió con la fiesta de la Presentación del Señor, leímos los textos propios de la fiesta.

El texto de hoy viene después de las Bienaventuranzas y  hay que leerlo en ese contexto para poder entenderlo.

Mateo une dos imágenes, “sal” y “luz” y las utiliza para crear en el contexto del Sermón de la Montaña, un engranaje entre las Bienaventuranzas y el del sentido de la Ley. Se quiere poner énfasis en la tarea confiada a los discípulos que deben vivir en referencia a la tierra – mundo, no de modo separado, sino como una nueva alternativa explicadas por dos imágenes muy claras: “sal de la tierra” y “luz del mundo”

La primera imagen de la sal, sugiere los diferentes modos conocidos de utilizarla y la presenta como un elemento natural e indispensable: dar sabor a los alimentos y los conserva de la corrupción.

Si la sal se desvirtúa, ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente.

La segunda imagen la luz, es también muy clara en su significado. La luz, contrapuesta a la oscuridad, nos permite ver la verdadera dimensión de las cosas, permite situarnos frente a ellas, nos orienta  y nos permite caminar con seguridad. Cuando el testimonio de los discípulos es auténtico, es como una ciudad construida en lo alto de un monte que no se puede ocultar, o como una vela encendida  que se pone sobre el candelero para que alumbre todos los de la casa.

Aplicada a los discípulos, la imagen de la luz apunta al comportamiento, a la vida concreta, a la práctica cotidiana, a lo que se ve. El testimonio de los discípulos de Jesucristo, por tanto, se realiza a través de la propia manera de vivir “las buenas obras” y en relación del tú a tú. Es la propia experiencia de la fe la que comunica el Evangelio y la fe. Esta luz hará posible que la persona que la percibe, pueda sentir la presencia de Dios en el mundo; el sentido de su existencia y de su vida.

Una fe solo se prende en otra fe, como una llama solo se prende por otra llama.

Además, el objetivo de ser “sal” y “luz” es siempre la glorificación del Padre del cielo y la edificación de la comunidad humana.

Por otra parte, es importante aclarar que las buenas obras no se refieren a cualquier comportamiento, sino de la práctica de las Bienaventuranzas, y en un sentido más amplio, a todo el Sermón de la Montaña.

Es importante el que actuar, pero sobre todo, que las obras buenas vayan más allá de quien las hace. Solo cuando el protagonismo es el comportamiento coherente, y no el sujeto, se puede hablar de un auténtico alcance misionero del testimonio. De otra manera, se caería en un “exhibicionismo que no tiene que ver nada con el Evangelio de hoy.

El evangelio de este domingo presenta la vocación cristiana, clave de “función pública”, de servicio que se hace a todos.

Jesús se aplica a sí mismo, la imagen de la luz: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue, tendrá la luz de la vida” Esta es la luz que el mundo necesita y que el discípulo tiene que reflejar.

lunes, 3 de febrero de 2014

Al encuentro con la Palabra


La presentación del Señor (Lc. 2, 22-40)
“Aquí vengo Señor para hacer Tu voluntad"

Celebramos hoy a los cuarenta días del nacimiento de Cristo, la fiesta de la presentación del Señor.  Siendo una fiesta Cristológica, prevalece sobre el domingo ordinario.
Esta es una fiesta evangélica de un gran significado Cristológico que tiene un triple contenido.
1.- Ante todo como “Presentación del Señor”, esta fiesta celebra la ofrenda de Jesús al Padre. Según el libro del Éxodo, todo primogénito varón pertenece al Señor y debe serle consagrado o bien rescatado mediante la ofrenda  de un sacrificio. Además el libro del Levítico prescribe un rito de purificación para la madre después del parto. María y José se atienen a estos preceptos y van al templo de Jerusalén para cumplir con estos mandatos y como son pobres, en vez de un cordero ofrecen simplemente un par de tórtolas.
La presentación de Jesús en el templo y su consagración a Dios, tiene un sentido mucho más profundo que el que marcaba la Ley. Es la consagración de Jesús al Padre, que la carta a los Hebreos interpreta maravillosamente cuando pone en boca de Jesús: “Por eso, al entrar en este mundo, dicen Cristo: no has querido sacrificio ni ofrenda, pero me has dado un cuerpo; no has aceptado holocaustos ni sacrificios por el pecado. Entonces yo dije: aquí vengo, ¡Oh Dios!, para hacer tu voluntad. Así está escrito de mi en un capítulo del libro”.
En la visita al templo de Jerusalén tienen lugar unos hechos sorprendentes que preludian el futuro. El protagonista es el anciano Simeón, “hombre justo y temeroso de Dios; en él mora el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor”. Movido por el mismo Espíritu reconoce en aquel niño en brazos de su madre al Mesías prometido y tomándolo en sus brazos bendijo a Dios diciendo: “Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, el que has preparado para bien de todos los pueblos; luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”
María y José están sorprendidos por las palabras de Simeón y a la madre de Jesús le anuncia: “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”. Se anuncia ya el misterio de la pasión, el misterio de la Pascua, y María íntimamente unida a la suerte y misión de su Hijo.
Aparece también otro personaje: Ana, de la tribu de Aser, mujer muy anciana, que se encuentra también con aquel niño y reconoce al Mesías prometido, “dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.
2.- El segundo contenido de esta fiesta es el carácter mariano de la celebración. María aparece como la “portadora de Cristo Luz que alumbra a las naciones y gloria de su  pueblo Israel” El papel de María es darnos a Cristo, su Hijo, y además íntimamente unida al misterio y a la misión de su Hijo, al misterio de su Pascua, “y a ti una espada de dolor te atravesará el alma”.  María y José quedan sorprendidos por la palabra de Simeón, y sin entender del todo sus palabras en ese momento, las guardan en su corazón. Como fieles discípulos de su Hijo van descubriendo gradualmente iluminados por el Espíritu, su identidad y misión, y el papel que ellos desempeñarán el proyecto de salvación.
3.- Hay un tercer tema que también se descubre en el trasfondo de esta fiesta. Hoy es la fiesta de la Iglesia que sale al encuentro de su Señor, ya que el mismo Señor se ha dignado revivir al encuentro de su Iglesia. En este día somos invitados a reconocernos en Simeón y Ana como creyentes que impulsados por la fe, salen al encuentro de su Señor. la Bendición  y procesión de las candelas (velas) que hoy se realiza, quieren expresa esta realidad de fe. Encuentro que culmina en el reconocimiento y testimonio gozosos de Cristo como Salvador y luz de todas las naciones.
También hoy podemos preguntarnos si, como Simeón y Ana, verdaderamente lo esperamos, cómo lo esperamos y en que medida nos alimentamos durante el tiempo de la espera de la esperanza que defrauda, puesta ya en nosotros por el Espíritu, disponiéndonos con la oración y la confianza a dejarnos sorprender por la luz de Aquel que no sale al encuentro  y que como hizo a Simeón y Ana, nos revela en sentido pleno y verdadero de la vida.

martes, 21 de enero de 2014

Al encuentro con la Palabra


II Domingo Ordinario (Jn 1,29-34)
"Yo lo he visto y doy testimonio de que es el Hijo de Dios" 

Algunos ambientes cristianos del siglo I, tuvieron mucho interés en no ser confundidos con los seguidores del Bautista. La diferencia según ellos, era abismal. Los "bautistas" vivían de un rito externo que no transformaba a las personas: un bautismo de agua. Los "cristianos", por el contrario, se dejaban trasformar internamente por el Espíritu de Jesús. Espíritu que los ha de animar, impulsar y transformar.

De ahí que los evangelistas se esfuerzan por diferenciar bien el bautismo de Jesús del bautismo de Juan. El bautismo de Jesús sumerge a los suyos en el Espíritu Santo; es el "baño interior" que penetra, empapa y transforma el corazón de la persona; es fuente de vida nueva; es la recepción del Espíritu de amor, capaz de liberarnos de la cobardía y del egoísmo para abrirnos al amor solidario, gratuito y compasivo; es la recepción del Espíritu de conversión a Dios, capaz de hacernos vivir con sus criterios, actitudes, su corazón y su sensibilidad hacia quienes viven sufriendo; es la recepción del Espíritu de renovación que crea en nosotros un corazón nuevo para crecer en la capacidad de ser más fieles al evangelio.

Llegar a afirmar con los labios que Jesús es el "Cordero de Dios", es comprometerse con el corazón para vivir con la convicción de que Jesus es el cordero que con el Amor y con su mansedumbre quita el pecado del mundo. Jesús nunca ha dejado de ser cordero: manso, bueno, lleno de amor, cercano a los pequeños, cercano a los pobres.

El evangelio pone a Jesús entre la gente, curaba a todos, enseñaba, rezaba. Pero, tan débil Jesús: como un cordero. Pero ha tenido la fuerza para cargar sobre sí todos nuestros pecados: todos. 

Jesús ha venido para para perdonar, para traer la paz en el mundo, pero primero en el corazón. Quizá cada uno de nosotros tiene una tormenta en el corazón, una oscuridad en el corazón, o se siente un poco triste por alguna culpa... Él ha venido a quitar todo eso. Él nos da la paz, Él lo perdona todo. "He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado", ¡pero quita el pecado con la raíz y todo! Esta es la salvación de Jesús, con su amor y su mansedumbre. Al oír esto que dice Juan el Bautista , que da testimonio de Jesús como Salvador.

Gracias Padre de amor, porque nos muestras siempre formas nuevas para reconocer tu amor y mansedumbre en nuestra vida. Gracias porque en tu Hijo, nos concedes la gracia de liberarnos de nuestros pecados.  Que el Espíritu que descendió y se posó sobre Jesús, haga lo mismo en nosotros para crecer en la confianza en Jesús.

lunes, 30 de diciembre de 2013

Al encuentro con la Palabra


La Sagrada Familia (Mt 2,13-15.19-23)
“Que todos seamos uno, así como Jesús y su Padre son uno”

 La fiesta de la Sagrada Familia es la fiesta de todas las familias, ya que toda familia es sagrada, por ser templo donde Dios-Amor comunica la vida por amor a través del amor de los padres, y donde en el amor enriquece la vida de los esposos y de los hijos con dones de Dios para usar, gozar, agradecer y compartir con gratitud y alegría.

 Jesús, el Hijo de Dios, quiso nacer en una familia, pues la familia unida en el amor es el ambiente privilegiado e insustituible para el desarrollo normal y el crecimiento sano y feliz de los hijos. Para la persona no existe bien humanamente más grande que un hogar donde el padre y la madre se aman, aman a sus hijos y son correspondidos.

 Jesús se dedica enteramente a que todos sientan a Dios como Padre y todos aprendan a vivir como hermanos. Este es el camino que conduce a la salvación del género humano.
 
Para algunos, la familia actual se está arruinando porque se ha perdido el ideal tradicional de “familia cristiana”. Para otros, cualquier novedad es un progreso hacia una sociedad nueva. Pero, ¿cómo es una familia abierta al proyecto humanizador de Dios? ¿Qué rasgos podríamos destacar?

 Amor entre los esposos. Es lo primero. El hogar está vivo cuando los padres saben quererse, apoyarse mutuamente, compartir penas y alegrías, perdonarse, dialogar y confiar el uno en el otro. La familia se empieza a deshumanizar cuando crece el egoísmo, las discusiones y malentendidos.

Relación entre padres e hijos. No basta el amor entre los esposos. Cuando padres e hijos viven enfrentados y sin apenas comunicación alguna, la vida familiar se hace imposible, la alegría desaparece, todos sufren. La familia necesita un clima de confianza mutua para pensar en el bien de todos.

 Atención a los más frágiles. Todos han de encontrar en su hogar acogida, apoyo y comprensión. Pero la familia se hace más humana sobre todo, cuando en ella se cuida con amor y cariño a los más pequeños, cuando se quiere con respeto y paciencia a los mayores, cuando se atiende con solicitud a los enfermos o discapacitados, cuando no se abandona a quien lo está pasando mal.

 Apertura a los necesitados. Una familia trabaja por un mundo más humano, cuando no se encierra en sus problemas e intereses, sino que vive abierta a las necesidades de otras familias: hogares rotos que viven situaciones conflictivas y dolorosas, y necesitan apoyo y comprensión; familias sin trabajo ni ingreso alguno, que necesitan ayuda material; familias de inmigrantes que piden acogida y amistad.

 Crecimiento de la fe. En la familia se aprende a vivir las cosas más importantes. Por eso, es el mejor lugar para aprender a creer en ese Dios bueno, Padre de todos; para conocer el estilo de vida de Jesús; para descubrir su Buena Noticia; para rezar juntos en torno a la mesa; para tomar parte en la vida de la comunidad de seguidores de Jesús. Estas familias cristianas contribuyen a construir ese mundo más justo, digno y dichoso querido por Dios. Son una bendición para la sociedad.
Dios y Padre nuestro, asiste a nuestra familia con la gracia de tu Espíritu y la presencia Hijo, para que en nuestros hogares, a ejemplo del hogar de Nazareth, cada uno de sus integrantes podamos escuchar tu voz, discernir tu palabra y vivir de acuerdo a tu voluntad.
 

jueves, 26 de diciembre de 2013

Al encuentro con la Palabra


Domingo IV de Adviento y
Misa Vespertina de la Vigilia de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo (Mt 1,18-24)
“Dios se ha hecho hombre, y ha venido a habitar entre nosotros"

 Bien es sabido que entre los hebreos no se le ponía al recién nacido un nombre cualquiera, de forma arbitraria, pues el "nombre", como en casi todas las culturas antiguas, indica el ser de la persona, su verdadera identidad, lo que se espera de ella.

 De ahí que, el evangelista Mateo, tenga tanto interés en explicar desde el comienzo a sus lectores el significado profundo del nombre de quien va a ser el protagonista de su relato. El "nombre" de ese niño que todavía no a nacido es "Jesús", que significa "Dios salva". Se llamará así porque "salvará a su pueblo de los pecados".

 Mateo le asigna además otro nombre: "Emmanuel". Sabe que nadie ha sido llamado así a lo largo de la historia. Significa "Dios con nosotros". Un nombre que le atribuimos a Jesús los que creemos que, en él y desde él, Dios nos acompaña, nos bendice y nos salva.

 La Navidad está tan desfigurada que parece casi imposible hoy ayudar a alguien a comprender el misterio que encierra. Tal vez hay un camino, pero lo ha de recorrer cada uno. No consiste en entender grandes explicaciones teológicas, sino en vivir una experiencia interior humilde ante Dios.
 
Las grandes experiencias de la vida son un regalo, pero, de ordinario, solo las viven quienes están dispuestos a recibirlas. Para vivir la experiencia del Hijos de Dios hecho hombre hay que prepararse por dentro. El evangelista Mateo nos viene a decir que Jesús, El niño que nace en Belén, es el único al que podemos llamar con toda verdad "Emmanuel", que significa "Dios con nosotros".
 
La Navidad es mucho más que todo ese ambiente superficial y manipulado que se respira esos días en nuestras calles. Una fiesta mucho más honda y gozosa que los artilugios de nuestra sociedad de consumo. Los creyentes tenemos que recuperar de nuevo el corazón de esta fiesta y descubrir, detrás de tanta superficialidad y aturdimiento, el misterio que da origen a nuestra alegría.
 
No entenderemos la navidad si no sabemos hacer silencio en nuestro corazón, abrir nuestra alma al misterio de Dios que se nos acerca, acoger la vida que se nos ofrece y saborear la fiesta de la llegada de un Dios Amigo.

 En medio de nuestro vivir diario, a veces tan aburrido, apagado y triste, se nos invita a la alegría. "No puede haber tristeza cuando nace la vida"(san León Magno). No se trata de una alegría insulsa y superficial. La alegría de quienes están alegres sin saber por qué. "Nosotros tenemos motivos para el júbilo radiante, para la alegría plena y para la fiesta solemne: Dios se ha hecho hombre, y ha venido a habitar entre nosotros" (Leonardo Boff).

 Dios nuestro, que de modo admirable creaste al hombre a tu imagen y semejanza , y de modo más admirable lo elevaste con el nacimiento de tu Hijo, concédenos participar de la vida divina de aquel que ha querido participar de nuestra humanidad.